domingo, 17 de febrero de 2008

Crónica de un plácido domingo 17 de febrero.

(Un regreso a lo conocido)

Una tranquilidad solitaria, escuchando resumidos diez años de la vida de un amigo es que repito el encuentro con la placidez. Un amigo músico que me recuerda que la belleza existe aún cuando uno atraviesa un tiempo con forma de oruga, baboso, retorcido. Segundos que en momentos de romance siempre faltan, y que en los días de suplicio te flagelan, ataviándote de dolor con el reloj redondo de la sala del debate. Volver a recordar la condición que uno profesa, los ensueños de libertad que de a ratos seguros, de a ratos un poco tiesos. Los despertares de un muerto y sus sucesivas resurrecciones, cómo en las películas de terror bizarro, ¿vieron?

El escuchar “After you´ve gone” es el regreso al suave vaivén del fin de semana, que me arrulla y me descuelga de la picota sobre la que pende mi cabeza en horario matutino, de lunes a viernes en horario central por su medio informativo favorito.

Otra vez el viernes y dos horas de recreo en el patio con el sol frente a mi, ahora si peinándome y curando mi cansada mirada de fluorescentes contínuos.

Son los días de un procesado en tránsito.

***

Mientras frente a mi que esto escribo, describo la mirada de mi compañero más grande, hombre paisano llegando a sus setenta que fumando el cigarrillo escudriña en el mismo instante el cenicero que más de 1000 veces ha inspeccionado.

El letargo del tiempo en el humo de su cigarrillo corre vertical y se escapa espantado del lugar donde ha nacido, y nosotros envidiamos su fuga a plena luz del día mientras él sale por los ventanales alargados del pabellón. Verlo por última vez, con fondo de cielo y una insípida torre de luz, me indica la distancia que me separa de la vida.

La espera de un juicio es plana, abatida en sus monótonas formas. Añoro esa tranquilidad, al fin y al cabo una vida de preso termina por transformarse en monótona y previsible.

Pero el juicio en sí, el día tras día, las repreguntas de un abogado y otro, sus diferencias, los agravios solapados que en pos de la verdad la justicia debe permitir, son en definitiva la erosión invisible, la angustia que la mosca atrapada en la telaraña presume al no ver a su futura devoradora, pero que al fin acorralada cede a los designios de la providencia.

Cuántos caminos que se han callado, cuántas cosas que no se dicen. Que nadie mee fuera del tarro, todos sabemos que hay noticias dictadas y obligadas, opiniones que aquellos que estudiaron para darlas hoy, se ven obligados a la censura que nos mantienen en el podio de la ejecución.

¿Cuándo vendrán los tiempos en que por fin alguien condone una deuda que no nos corresponde?

Es seguro que ustedes, lectores de mi ventana de letras tropezadas, desconozcan que mi padre jamás se erigió como querellante porque confió en quienes debían abocarse a la tarea de desentrañar la desgracia que se llevó a Ana. Qué paradoja la inoperancia de la recién creada brigada de investigaciones de ese entonces, que revolvió la basura privada de unos cuantos, pero que se abocó a la única tarea que dice en el pecho de Juan Carlos Aguirre y en el mío: “Culpables”, y que por las dudas alguien pague, que alguien cargue con la solución de darle el garrotazo a un par de ilusos que sentaditos y mansos llegaron un 28 de diciembre de 2000 a la sede judicial de Cipolletti, para terminar en este mismo lugar desde el cual les escribo, la increíble alcaidía de Roca.

8 años ya, casi 2500 días que aunque vividos en países diferentes siempre pisaron un igual piso flotante. Y ni hablar de la intriga de cuántos días se esconden tras el telón. Hoy un compañero me preguntó: “¿y, se va o no se va?”. Y que sé yo buen hombre… la esperanza reina en mí, pero la justicia es hija del tiempo, y si por mi fuera, cualquier mañana es hermosa para recibir el sagrado papelito blanco que te dice: “Váyase a su casa”. Uno, nunca puede terminar por acelerar nada.

Milimétricas movidas de ajedrez coordinan los pasos de este juicio, y yo sólo estoy sentado al costado de un jugador, mirando el reloj, que para bien o mal siempre corre.

Todos corren, todos hacen cosas y opinan, algunos nos apoyan y otros se abstienen. También hay de los otros. Mientras tanto yo aquí, que desde un prismático virtual, observo escucho sufro y me sereno, y duermo y pienso y me despierto porque mis ideas oprimen su propia alarma, y los entresueños de las 3 de la mañana son constantes, y hasta en las siestas se allegan para decirme: “Alerta, ésta es tu lucha”.

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