viernes, 22 de febrero de 2008

Carta para Juan Manuel Aguirre Taboada

Días aciagos, amigo, pero días que pasarán. La ansiedad a veces me juega una mala pasada y me hace leer los diarios, pero prefiero esperar tu llamado diario y con él además de escuchar tu voz, conocer tu realidad. Las noticias serán la realidad para otros, pero no para vos ni para mí, ni las de este juicio ni las de un incendio en Burundi.

Me encuentro la mayor parte del tiempo pensando en vos y en tus padres y me resulta inevitable retraerme a nuestra juventud, al patio de tu casa de la Colón, a la terraza de tu casa de la Rivadavia, a la torta de Chocolinas de Gloria, a los paseos con tu padre, a mis fútiles intentos por jugar al fútbol (debo confesar que sin embargo nunca me resultaron frustrantes).

Pienso en el juicio al que están sometidos y pienso al mismo tiempo en las palabras con las que lo denomino. “Juicio al que están sometidos”. Inmediatamente pienso en vos levantándote cada día con la certeza de conocer una verdad: “soy inocente”.

Imaginé, no sin cierta impotencia, cómo debe sentirse tener que enfrentar un juicio aún conociendo la verdad, y pelear (porque sí, lamentablemente es una pelea) contra alguien que aún no conociéndola, supone una verdad imaginaria y la defiende, en tu contra, con pruebas endebles, y al final de cada jornada las califica de “aplastantes” o “rotundas”. Sabés que no tengo TV en mi casa, pero imagino que el famoso “Show del caño” no debe ser muy diferente.

Pensé entonces en una situación ridícula pero atemorizante. La verdad dejó de importar hace rato (hablo de la verdad acerca de tu inocencia y la de tu padre). Vos la conocés, tu padre la conoce, las personas que estuvieron con ustedes esa noche la conocen. La conocen empíricamente, porque la vivieron. El resto, la supone, la arma, la inventa, algunos acertamos, otros no, pero la verdad es sólo tuya y la sensación es que no vale de nada.
Por eso hoy cuando hablábamos te dije “tengo esta idea que me da vueltas, es sobre de La verdad vs. La suposición”, y quizás es sobre eso que estoy escribiendo.

Yo sólo confío en que quienes tomen la decisión final sean personas iluminadas. Confío y creo, porque al fin de cuentas supongo que la verdad tiene que olerse, está ahí, en la sala donde se desarrolla el juicio, porque vos y tu padre son los únicos que se levantan cada día con ella y la llevan. El resto de las personas ya sabés, supone. Amigo, eso debe doler, pero tenés que ser fuerte y esperar un poco más.

De tu padre ni una huella queda, de vos no se qué hubo alguna vez, y de los dos sólo quedan dichos.

Sabés que soy un hombre de fe al fin de cuentas, y yo se que vos también lo sos, como te lo dijo aquel taxista que te llevó gratis cuando tus pies ya estaban ampollados y se presentó diciendo “Mi nombre es Amable”.

Esas cosas mágicas que suceden, que existen, son producto de la fe. Se le puede llamar fe en Dios, fe en el amor, fe en los infinitos senderos que se bifurcan. Es la misma. Es la fe por saber que un hombre es libre, y que los caminos son infinitos, y llenos de taxistas que se llaman “Amable”

Afortunadamente somos de las personas a las que nos toca toparnos con esos momentos, y todo el tiempo que estuviste (incluidos estos días) privado de tu libertad física, no fueron nada para tu libertad interior. Siempre fuiste y sos un hombre libre, sólo falta un poquito más para que estés completo. Un poquito más de esa ridícula pelea entre una verdad (la verdad con la que te levantás todos los días), y una suposición.

Sebastián Verea.

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