-“Mi vida ya no me pertenece”, dice Juan Manuel Aguirre Taboada. A los cuarenta siente que la justicia lo arruinó: fue acusado junto a su padre de asesinar a la bioquímica Ana Zerdán. A partir de ese momento, la rutina de este joven de clase media sin muchas preocupaciones, dio un giro inesperado. Se transformó en un reo perseguido por la Justicia: “Hace dieciséis años soy chivo expiatorio en una causa que desnuda, una vez más, la burocracia judicial”.
Así empieza la nota que Tato Germán me hizo en septiembre pasado para la Revista de la Universidad Nacional de San Martín. Esa tarde noche, charlamos sin pausa con Tato, hasta bien entrada la madrugada; la idea desembocó en lo que se lee, un encuentro de 2 asiduos lectores con un tópico en el medio: un crimen sin resolver.-
En otra parte nos cuenta Tato:
Cuando pisó el Aeropuerto de Madrid-Barajas lo invadió una sensación de bienestar que pocas veces antes había sentido. Mientras esperaba despachar su equipaje, esa sensación se esfumó al ver que un grupo de policías se acercaba. Sintió el aire enrarecerse. Vivió esa detención como una escena cinematográfica. “Cuando veo la orden, decía que el pedido de captura lo pedía Juan Torres. La causa ya había pasado a los Tribunales de Cipolletti, o sea que Torres ya no era el juez de la causa. Sin embargo, el movimiento que ejecuta junto al abogado Pandolfi hace que la orden siga en pie, y una vez que estoy detenido no importa quien firmó la orden”. No tenía muchas alternativas más que firmar la extradición, y hasta que se aprobara debía esperar encarcelado. “El comisario del aeropuerto me dijo: ‘que mala suerte la suya, porque su orden de detención llegó recién ayer’. O sea que estaban esperando que saltara el registro en algún aeropuerto, porque viajando por América había cruzado un montón de fronteras, presentando documento y pasaporte, renovando la visa, y no había pasado nada”. Estuvo cuarenta días en la cárcel Modelo de Soto Real. Recuerda la primera noche como uno de los peores momentos de su vida. En la oscuridad de la celda, sufrió un ataque de pánico. Empezó a sentir un calor que lo quemaba, se quitó la ropa, abrió el grifo de agua y comenzó a mojarse el cuerpo. En un acto reflejo solo atinó a tomar un libro de Herman Hesse que había logrado escabullirse cuando le quitaron sus pertenencias. Se puso en puntas de pie junto al pequeño ojo de buey de la puerta por donde entraba un poco de luz, y empezó a leer el libro. “No se cuanto tiempo pasó, no sé si dos minutos o veinte. Pero en un momento me tranquilicé”.
Gracias compadre Milleriano por la entrevista, la charla y la fuerza para que esta nota salga adelante. PURA VIDA!
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