El siempre lo supe del inicio, apunta a que en esa época el caso citado copó, de alguna manera, el diálogo entre la prensa y el público. Y cuando digo público no hablo de una clase social, ni una franja ciudadana de determinada edad, “el caso Daniela” era un tema en boca de todos, presente en ese tipo de diálogos que empezaban al mejor estilo -¿Viste lo de la madre de los dos chicos que el marido se llevó a Jordania?-. Y no me hablen de campañas publicitarias. Como en toda la historia de la humanidad, no hay mejor modo de vender un producto o transmitir una idea, que el boca a boca. Y es entonces cuando esa idea, traspone las fronteras de la inmediatez y del suceso en sí. Trasladar esa información última, casi de primera mano, a otra persona, es un raro acto que algunos vislumbran como un privilegio.
Recuerdo que por ese tiempo yo no entendí porque se le había dado más difusión a ese drama familiar que a muchos otros de la misma especie. Hoy me acuerdo que imaginé a algunos gerentes de programación y editores compartiendo una especie de lotería comunitaria en la que cada día elegían una bolilla y que al abrirla decía por ejemplo, ”tierras arrasadas por la sequía” o “paso fronterizo cerrado por la acumulación de nieve en Mendoza”. Y pensé que cuando un tema satura con su repetición y proliferación de clones de la desgracia o la necesidad,
Con el tiempo y la cabeza más oxigenada, se me ocurrió otro motivo valedero: los intereses creados.
Pues bien: fue en esos momentos que Carlos Saúl Primero y su mujer Zulema Yoma, perdieron a su primogénito (Junior) en un accidente de aviación. O eso creíamos nosotros, lo del accidente digo.
Hasta que todo empezó a salir a media luz por convicción y tesón de su madre. Creo que muchos recordarán las informaciones que algunos periodistas se atrevieron a contar acerca de las perforaciones de bala que había sufrido el helicóptero de Carlos Menem Junior durante su traslado y mientras piloteaba el vehículo junto a Silvio Oltra.
Luego de eso, cuando las papas quemaban y empezaba a hablarse de una vendetta dirigida hacia el presidente de la república debido a una supuesta conexión entre el atentado a la Embajada de Israel, la República de Siria y el ex caudillo riojano, apareció “el caso Daniela” para hacerse cargo de los titulares.
Con esto no quiero decir que una bola de humo vaya a alterar la definición o el compromiso de una sociedad toda, pero una cosa quitó de vista a las otras e impuso el interés popular patrocinado por unos pocos.
Esos pocos son los que se encargan de mantener las cosas como están, que nada se altere demasiado y que mientras nosotros sigamos pensando que estamos definiendo nuestras prioridades en cuanto a la información, mejor.
No me canso de decirlo, como contaba Cortázar en su cuento, cada vez nos parecemos más a ese ser humano que es regalado al reloj en el día de su cumpleaños. Somos esclavos de la sociedad que hemos creado, no somos más que trabajadores bajo condiciones forzosas y precarias de los mecanismos de control de información, anteriormente digerida por otros.
Ahora bien, yo pregunto e insisto, ¿Para cuántas y cuáles cosas habrá oficiado el caso Zerdán como una suerte de obra de teatro inagotable?
¿Podría acaso ser la contaminación de las aguas?
¿Tal vez problemas desconocidos en las internas del radicalismo en la ciudad de Cipolletti?
¿Quizás alguna información clave y non sancta sobre la que Ana hubiese tomado conocimiento?
¿Porqué nosotros y nadie más?. ¿Porqué, vez tras vez, mi padre y yo detenidos como presuntos asesinos, cuando siempre se rigió todo por la misma cosa?, y esa misma cosa es la ex huella dactilar de J.C. Aguirre, que hasta el papelón protagonizado por los peritos de Gendarmería Nacional y el abogado Oscar Pandolfi, parecía infalible como si fuera una prueba a la que había que sacarle lustre, ponerla en un altar e invitarle un whisky.
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